Ilustración :Angela Carrasco

domingo, 8 de marzo de 2009

Verano por Luis Marinas


Moranchel : Cuatro estaciones

Verano

Cuando el cielo arde en el ocaso estival, las aves diurnas protestan pidiendo al dios sol que les permita unos momentos más de luz y así con el fulgor de los rayos del astro mitigados por el gris de las primeras sombras del atardecer hacer acopio de los alimentos que durante las horas de más sofocante calor no pudieron realizar.
Pero el sol en su imponente equidad hará caso omiso de los ruegos y seguirá su invariable trayectoria escondiéndose detrás del horizonte. Porque ya hay otros seres que esperan su marcha con impaciencia.
El rebaño inicia su andadura nocturna en busca del necesario alimento que durante las horas de oscuridad y aprovechando la tregua que el astro rey concede, almacenaran en sus estómagos de reserva.
Después, cuando el calor vuelva a castigar implacablemente los viejos campos alcarreños, las ovejas se unirán en ese extraño ritual de amodorramiento, mientras digieren los alimentos acaparados durante la noche.
Pero no todos descansas durante las primeras horas de la tarde. Roberto mira al cielo, esa nube que empieza a asomar por “La Atalaya” le llena de inquietud. Si algo puede frustrar sus proyectos es precisamente una tormenta de verano.
El cielo pare
ce romperse y el agua a raudales comienza a correr por las laderas de los cerros buscando los barrancos, estos como cicatrices de viejas heridas la conducirán hasta el río Tajuña que sestea tranquilamente confiado en su carencia veraniega.
A los pocos minutos de incontrolado torrente, muchos de aquellos que hasta hace tan solo unas horas mendigaban por un poco de humedad, empiezan a suplicar que alguien detenga, lo que de seguir así terminara convirtiéndose para ellos en un tragedia de incalculables consecuencias.
Roberto en la tranquila seguridad de su hogar, contempla desde la ventana como por “El Barranquillo”, el agua con fiereza arrastra la mejor tierra de los labrantíos, que ahora cubiertos de espigas sufren los furores de un cielo indiferente.
Con el agua se va también la posibilidad de poder cambiar de tractor. Como un cuento de “La Lechera” moderno. Las apretadas cabezas de trigo en donde se almacenan los frutos ya maduros que esperaban tan solo el punto exacto de sequedad para ser cosechadas, ahora se inclinan a ras de tierra en un intento vano de librarse de los brutales golpes, que con saña les propinan los cada vez más abunda
ntes granizos que arrojan las nubes.
Serio pero no derrotado se retira de la ventana y con resignación saca su fiel compañera de mil días, la navaja y comienza a pasar por el filo con parsimonia una y otra vez sobre una piedra arenisca que le devolverá el corte casi perdido.
El sol vespertino aun parece negarse a hundirse en el horizonte se asoma tímidamente por los últimos penachos de la masa de nubes.
Raimundo arrea al ganado sin esforzarse mucho, sabe que los animales están ansiosos por abandonar el refugio de la paridera donde han permanecido al resguardo de las inclemencias del tiempo.
Los arboles parecen extender sus extremidades hacia el sol tratando de hacer acopio de ese calor cuya falta pronto les obligara a desnudarse para así poder soportar los rigurosos fríos venideros.
Cuando las ultimas luces del día los iluminen ellos aprovecharan entonces abriendo los poros de sus verdes apéndices, expulsando al espacio los aromas que les caracterizan.
Los chopos con su olor dulzón que incita a sentarse bajo sus frondas y descansando la espalda en la suave piel de madera al mismo tiempo que se escucha el murmullo de las aguas del río, evocar encuentros amorosos de corazones juveniles, protegiendo su anonimato la cómplice chopera.Los pinos con sus formas fantasmagóricas y su olor penetrante que invita a expandir los pulmones y llenarlos una y otra vez con ese olor que tratas de mantener dentro de ti.
Todos ellos mezclaran sus aromas con tomillos, ajedreas, salvias, romeros, aliagas, galluga, estepas, lavandas y una multitud de otros humildes seres vegetales, provocando una sinfonía de olores cuyo conocimiento para sí quisieran los perfumistas más afamados.
Al desaparecer la luz tras las lejanas montañas que conforman el horizonte, será como una señal que esperaban muchos otros seres y el campo recobrará la vida que parecía haber desaparecido cuando lagartos, culebras y otros muchos que ya no pueden calentar sus cuerpos corrieron a esconderse a las hendiduras donde moran habitualmente. Allí se sentirán protegidos de los ataques de otros depredadores que aguardan con impaciencia la anunciada y efímera derrota del sol para iniciar la búsqueda de sus alimentos.
La liebre abandonará la cama donde a combatido con su modorra vigilante los rigores diurnos. El conejo buscará la frescura de las ya escasas praderas verdes. La codorniz cantará con monotonía su reclamo llamando a la ocasional pareja, camuflada entre la protectora mies.
Las perdices caminarán por el monte seguidas por su prole de pequeños perdigones, estos intentando aprender
como librarse de los muchos peligros que les acechan. El zorro que sigiloso buscará su alimento en el incauto que no sabe permanecer vigilante. El jabalí abandonará la espesura y mientras los machos vagan en solitario alimentándose, las hembras reunidas en grupo marcharán con sus rallones siempre atentas a cualquier peligro que pueda hacer peligrar la seguridad de la piara. Así pasarán la noche cazando o siendo cazados pero todos viviendo y haciendo vivir.
En el río el silencio de la noche se escuchará el escandaloso croar de las ranas y de vez en cuando el chapoteo de alguna trucha que saltó para engullir a algún insecto que desprevenido cometió el error de volar demasiado cerca de la superficie del agua.
O el monótono "plof, plof, plof" de algún barbo que recorre la orilla del cauce engullendo cualquier alimento que flote sobre el agua.
Texto :Luís Marinas
Fotografías :Cuellar

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