
Eran los primeros meses de vida tanto para mi como para mis hermanos, por entonces todo era un juego, una aventura y no podíamos entender porqué nuestros padres no se relajaban nunca, porqué se ponían tan nerviosos cuando la luz empezaba a cubrir nuestros juegos, porqué nos castigaban severamente cuando queríamos emitir ese sonido que nacía en nuestro estómago sin saber bien porqué y pedía paso por el pecho y la garganta, por entonces no entendía el porqué no podíamos emitir aquel sonido que nos identificaba como libres y que noche tras noche la luna nos pedía a gritos.
Mi vida empezó a cambiar cuando vinieron unas enormes máquinas a llevarse el mar amarillo de espigas, ya solo salíamos del bosque cuando la noche era cerrada y aún así veíamos la máquina que ahora tenía su propia luz y no cejaba en su empeño.
Un nuevo olor llegaba hasta mi familia y estremecía a mis padres, el olor era el de los amos de esas máquinas y parece ser que de las espigas ya que se las llevaban, quizás también eran mis amos y hasta que ellos no lo dijesen yo no podría aullar.
Ese otoño mi hermano se fue de nuestro lado, estaba oscureciendo y hacíamos la misma ruta de todos los días en busca de algo con que calmar el hambre, cruzamos una pista negra que también era de los amos,

Cuando comencé a hacerme mayor la tensión creció mucho, mi padre se pasaba el día marcándome su autoridad y la comida era escasa, vi que había llegado el momento y decidí irme a otro lugar donde poder formar mi propia manada.
Decidí andar, andar sin descanso moviéndome oculto en la noche, hacia el sur sin motivo especial, dejándome llevar por un impulso que me hacía trotar sin parar a penas a descansar ni comer.
Mi viaje terminó cuando creí encontrar mi sitio, primero llegué a un gran charco franqueado por una pared tremenda, sin duda obra del amo. Llegué al otro lado de la gran pared que dejaba paso al chorro de agua, justo para alimentar a un pequeño río de aguas cristalinas, recorrí el río hasta que el olor a amo fue muy fuerte, un puente de madera cruzaba el río, ese iba a ser el límite de mi territorio, pero protegido por la noche crucé el puente y subí al cerro para echar un vistazo. Avisté las casas de los amos, debían ser pocos, me llamó la atención una roca que desde un alto parecía dominar todas las casas.
Creí estar en mi sitio, haber encontrado mi lugar, mi espacio de libertad y entonces dentro de mi cuerpo empezó a crearse esa sensación que tantas veces había reprimido, se fue formando en mi pecho y manó por mi garganta, mi primer gran aullido con el que tantas cosas quería expresar.
Desde mi llegada no he parado de recorrer y marcar mi territorio, tenía pensado aullar todas las noches por si algún compañero solitario me escucha y se quiere unir a mí, pero algo que aún no entiendo ha truncado mis planes. En una de mis carreras, siguiendo el rastro de un zorro y al entrar por un paso estrecho, algo s

En estos momentos mi respiración se debilita y mis músculos hace tiempo que dejaron de obedecerme, ahora entiendo porqué mamá nos castigaba cuando queríamos aullar, el amo se enfada y sus castigos son letales……………….
Texto: Signatus
Fotografías : Antonio Herrero Carretero (Grupo Aherca)
Quiero dar la bienvenida y las gracias por colaborar en este blog a SIGNATUS ,nuestro cuarto colaborador que llega a Moranchelia acompañado de lobos .Nos muestra unas fotografías del lobo ibérico en libertad realizadas en la Sierra la Culebra en la provincia de Zamora realizadas por Antonio Herrero del GRUPO AHERCA PARA EL ESTUDIO Y DEFENSA DEL LOBO IBÉRICO.Desde aquí un saludo y gracias por este sabio relato que nos enseña tanto sobre la relación entre los lobos y el ser humano. Espero que sea la primera colaboración y no la última.Un abrazo para tí y para el resto de colaboradores ;Belong,Sergio Díaz y Luis Marinas.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
ResponderEliminarEl hermano lobo sobrevivirá espero. Muchos de nosotros lo respetamos y apreciamos, y sabemos que su desaparición sería el mayor de nuestro fracaso, después de haber compartido con él la tierra y la caza tanto tiempo, la mirada del que sigue su camino junto a los suyos y la costumbre de partir la comida con el compañero viejo que no ha conseguido ese día.