Ilustración :Angela Carrasco

martes, 3 de febrero de 2009

Primavera por Luís Marinas

Primavera


Cuanto tarda el sol de la mañana en asomar por encima de las montañas.
¿Vergonzoso?, ¿Perezoso?. O quizás temeroso y friolero, a sabiendas de esa rosada con la que deberá combatir hasta que uno de los dos desaparezca.
Pero no puede detener su camino, de él dependen muchos seres que están esperándole.
Los primeros en aguardarle son los alborotadores gorriones, que con sus trinos pregonan a los cuatro vientos la libertad que disfrutan. Ellos quisieran tirar con sus picos del astro rey, para poder cuanto antes calentar sus pequeños cuerpos emplumados aun ateridos en las frescas noches primaverales.

También está esperando Roberto, cuando la tierra pierda la dureza y comience a esponjarse, él con su viejo tractor, comenzará a dibujar con los pinceles de hierro del artefacto mecánico, cenefas inacabables sobre la roja superficie de arcilla.

Raimundo ya hace rato que se resguarda de la fría brisa mañanera apoyando su espalda en la dura cornisa de piedra del “Alto de los Quemados”, mientras vigila el rebaño de ovejas, que glotonas llenan sus estómagos con los brotes más tiernos de los numerosos arbustos que comienzan a celebrar la llegada del buen tiempo.
“El Pico de la Torre” será el que reciba los primeros rayos de sol. Después se irán iluminando las viejas tejas de las casas de adobe de Moranchel, que indiferente a la belleza del amanecer tantas veces repetido, parece descansar como el pastor, recostado, mientras el cerro que le sirve de apoyo parece vigilar la extensa llanura que le rodea.
Cuando el disco de fuego majestuosamente se haya elevado a lo más alto en su cotidiano viaje. Iniciarán los vuelos tumultuosos otros muchos alados en busca de las semillas que los pocos labradores, (que aún quedan en el pueblo y que con su bendita testarudez arrebatan a la madre naturaleza algunos frutos que ella no ha elegido) han enterrado fecundando el vientre de esa enemiga y amante a la vez que es la tierra, en espera que esta para sus frutos dentro de unos pocos meses.
No porque coman mucha simiente malograrán el trabajo del campesino. Este a sabiendas de la esperada y multitudinaria visita, habrá depositado grano en demasía. En unos pocos días ya no necesitarán picotear más en la tierra pues un nuevo alimento se habrá hecho dueño del espacio.
El aire, la tierra, los árboles, se habrán llenado de otros seres más diminutos pero dañinos, aunque también necesarios; los insectos. Estos que con sus apetitos insaciables fustigan a hombres, animales y plantas.
En ellos encontrarán los pájaros su nueva fuente de sustento.
Roberto da por concluida la jornada, ni quiere ni puede forzar la marcha de su veterano y renqueante compañero. Sabe que tendrá que extremar con él los cuidados para que pueda culminar la cosecha, y si esta no es muy mala, procurar ahorrar e intentar pagar la entrada de un nuevo tractor.

Pasarán semanas antes de que con los cálidos rayos de luz el campo empiece a adquirir tintes de belleza imposibles de ser imitados por el hombre. Primero han sido los almendros, los prunos, manzanos, cerezos, etc., Que con la belleza de sus flores han recreado la vista y el espíritu de millones de seres, al mismo tiempo que incitan a las laboriosas abejas(también insectos) a comer el delicioso néctar que guardan en su interior. A cambio las infatigables voladoras contribuirán a la fecundación de los frutos reproductivos de sus generosos anfitriones. De esta simbiosis animal‑vegetal nacerá la miel, esa delicia que endulzará el paladar de otros muchos seres.
Más tarde serán los álamos, los sauces y olmos los que empezarán a cubrir su desnudez invernal. Mientras que los humildes, encinas, olivos, sabinas, enebros etc., con su reverdecer, contribuirán a complementar ese cambio de paisaje que comienza a vislumbrarse.
La tierra roja arcillosa y dura se vestirá sus mejores y más vistosas galas con un popurrí de tonos verdes a cuál más rebosante de belleza. La naturaleza para evitar la monotonía unicolor colocará aquí y allá una miríada de flores de colores inimaginables que dejarán una huella indeleble e imborrable en todo aquel que en una mañana de primavera sea capaz de contemplar su entorno con los ojos y transmitir las imágenes a lo más recóndito del alma.

Texto : Luís Marinas
Pinturas :Olga Kost

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